La sonrisa y el discurso
La armonía entre el lenguaje verbal y no verbal es fundamental en la política para que el canal (la persona) soporte coherentemente el mensaje, sin que el cuerpo, la cara o los gestos transmitan mensajes diferentes o incluso contrarios a lo que se dice verbalmente. La sonrisa es quizás el gesto más difícil de controlar y de utilizar premeditadamente y esto la convierte en un gran problema: es un gesto que transmite seguridad y autoconfianza cuando es lleno y sincero, pero, si se queda a medias, transmite duda, inseguridad o desconfianza.
La interpretación del lenguaje del cuerpo, de la cara y de las manos ha sido siempre más que un pasatiempo. El momento álgido de esta rama de la semiótica se dio quizá durante la etapa soviética de la historia rusa. La Kremlinologia debió recurrir a menudo al análisis del lenguaje no verbal de las imágenes emitidas desde la URSS para intentar discernir la propaganda de la verdad. La información política sobre el régimen estalinista era tergiversada para adaptarla a las directrices oficiales y esta disciplina de la ciencia política permitía demostrar cómo las palabras traicionaban las imágenes, y como la interpretación de las imágenes desenmascaraba el discurso oficial. La sonrisa no era un gesto frecuente en aquella época gris, pero una posición más alejada de un dirigente del partido respecto al Secretario General del PCUS podía significar una pérdida de influencia dentro de la opaca burocracia soviética y la duración de un saludo podía ser interpretada como el grado de favor obtenido por el líder que la dispensaba.
Con la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética esta especialidad de la ciencia política cayó en desuso, pero esta semana dos noticias en la prensa le han hecho un homenaje sin querer. Los cambios de gobierno y el pacto presupuestario del Presidente J. L. Rodríguez Zapatero han resucitado por unos instantes la semiología en dos artículos de periódico. En
Un días antes, La Vanguardia publicaba una crónica de Pedro Vallín titulada
En Catalunya, los candidatos a la presidencia de la Generalitat no destacan por ser personas exageradamente sonrientes. Obviamente, la sonrisa sola no hará ganar las elecciones a nadie. Pero no debemos menospreciar el poder que tiene sobre las percepciones de los electores. Actúa como un verdadero filtro ante las palabras y de las promesas electorales. Si uno se fija en los primeros espadas de la política catalana ¿qué “filtros” puede encontrar? La sonrisa de Joan Puigcercós transmite seguridad en sí mismo, firmeza y cierta socarronería, pero, en el contexto actual también podría interpretarse como preocupación por el futuro de ERC. La sonrisa de Artur Mas transmite serenidad, seguridad, pero a veces demasiada de autoconfianza, no obstante, la prudencia y la moderación de su discurso contribuyen a disminuir esta impresión. En cambio, la media sonrisa de José Montilla es una muestra timidez, cierta frialdad y también seriedad y humildad, pero en ningún momento transmite la determinación y el optimismo que el PSC quiere imprimir a la campaña. En el caso de Herrera, podemos ver inocencia e ilusión, incluso una cierta despreocupación como si lo que pasara en este mundo no fuera con él. Finalmente, en la risa de Rivera se detecta rebeldía y cierta chulería, y en el de Alicia Sánchez-Camacho, moderación, contención, como si los abusos del PP con Cataluña no dependieran de ella … La campaña dirá, pero el día 28 de noviembre seguro que todos sonreirán a la cámara para explicar que han ganado escaños, porcentaje de voto, tendencia al alza, etc. pero seguro que unas sonrisas serán más sinceras que otras.
Artículo publicado en El Singular Digital el 30-10-2010 con el título “El somriure i la política”